jueves, 25 de marzo de 2010

La culpa es de los veganos

“La culpa es de los veganos” pensaba Raúl mientras corría a esconderse tras el mostrador de la cocina americana del departamento. “…de los veganos y de los malditos ecologistas” se decía a si mismo mientras colocaba la cámara de video escondida en el cajón donde guardaban los paños de cocina.

Raúl era un tipo muy interesado por la naturaleza, y por la relación de ésta con los seres humanos. Aunque su posición al respecto era clara y precisa.
“El hombre es el único animal digno de habitar la tierra, el hombre es el único animal capaz de razonar y controlar sus impulsos” entonaría con pasión Raúl en uno de sus aclamados discursos. “… cualquier otra especie animal debe mantenerse al margen del ser humano y solo debe existir a medida de que sea útil para el hombre o para su subsistencia placentera”.
Las masas son influenciables, Raúl lo sabía. Le gustaba. Adoraba controlar al público con su oratoria. Tal vez no dimensionó lo peligroso que esto era.

Raúl nació con un rencor hacia todo lo que no fuera humano o creado por el hombre. Desde que tiene memoria fue alérgico a la primavera, al verano, al invierno y al otoño. Fue atacado por perros, escupido por guanacos, defecado por palomas y rechazado por gatos. Estudió ciencias políticas, realizó su doctorado en Francia, cuna de la razón moderna, volvió a Chile para su cumpleaños número treinta. Se codeo con los más grandes políticos y magnates de la “elite” nacional, entre ellos a su gran mentor Luis Piñeiros por quien sintió una atracción intelectual inmediata al enterarse de que Piñeiros además de ser senador y empresario, combatía las hordas rebeldes de veganos en Pascualama. Raúl odiaba a los veganos, ecologistas, hippies y amantes de la naturaleza de toda clase, le molestaban incluso, las señoras que tratan a sus perros como humanos y los visten con chalecos tejidos por ellas. Más aún los odiaba, si su intención era perturbar el orden económico como esas escorias que decidieron hacer de Pascualama un verdadero campo de batallas. Así, cuando cumplió cuarenta años, formó junto a Piñeiros el partido político P.E.H. (Partido Económicamente Humanizador), convirtiéndose en el primer partido oficial que buscaba poner fin a cuanta patraña ecologista se les cruzara por delante. El partido no fue muy popular, contaba con una pequeña pero fiel lista de seguidores. Pero eso cambiaría dos años después, cuando Luis Piñeiros fue brutalmente asesinado en condiciones muy dudosas, que por cierto fueron atribuidos a las bandas terroristas veganas. Raúl comenzó una campaña anti-terrorista y anti-ecologista que con un buen respaldo de los medios de comunicación y el apoyo de sus contactos poderosos logró llegar al poder. Raúl amaba el poder. Raúl amaba a las masas, quizás más de lo que debía.

Raúl ingresó al campo de concentración a seis meses de haber cumplido cuarenta y ocho años. Estaba recluido en una celda común con un par de conocidos del ex-partido P.E.H. “Malditos veganos, como los odio” refunfuñaba Raúl sin respuesta de sus compañeros. A los dos días de haber ingresado, entró uno de los guardias que para variar era un chancho. Desde la revolución animal todos los chanchos eran guardias y la gran mayoría de las aves eras espías o vigilantes.
- ¿Raúl Fernández? – Preguntó el chancho en un español con acento gracioso.
- Acá, mi porcino amigo.- Respondió Raúl en tono irónico.
- Estai’ libre. Rajón, tenis’ amigos poderosos.- informó el animal, que a juzgar por su voz de pito y porte, Raúl pensó que debía ser un lechón.

Aún sin dimensionar la noticia, Raúl salió del campo de concentración ubicado en algún bosque del sur. Afuera lo esperaba un elegante pastor alemán, muy buen exponente de su raza, quien notoriamente movía la cola dentro de su pantalón Armani. Raúl lo reconoció inmediatamente. Era el único animal que conoció en su vida a quien no detestaba. Se llamaba Spike, había sido el perro de Luis Piñeiros. Fue domesticado y entrenado en Suiza, era por lejos el perro más humanizado que Raúl conocía, el único instinto animal que seguía sin ahogar era el de mover la cola.
Fueron por unas cervezas y conversaron largamente. Raúl se enteró de todos los hechos de la revolución animal. De cómo habían sido entrenados por los veganos, quienes les enseñaron desde lo más básico como hablar y leer, hasta las cosas más rebuscadas en materias de psicología, estrategias de guerra y torturas. Spike le contó que los perros y delfines están al mando de la tierra y el mar respectivamente apoyados por todo el reino animal. Los veganos fueron eliminados en su totalidad por la fauna local, y el resto de los humanos seguían haciendo una vida normal en tanto se “mantengan al margen de los animales y útiles para éstos y para su subsistencia placentera”. Raúl sonrió falsamente ante tal ironía. “Puedes quedarte en mi departamento” le anunció Spike al retirarse, “…aquí están las llaves”. Raúl se tomó un segundo para meditar lo que acababa de oír. Los veganos muertos y él, líder de la oposición animal” estaba en libertad. “¿No muerdas la mano que te da de comer?... ¡patrañas!” concluyó.

Raúl odiaba el nuevo orden de las cosas, odiaba ver a los animales convertidos en dueños del país y más aún odiaba a los veganos por provocarlo. Llevaba dos meses escondido en el departamento de Spike ubicado en la comuna de Providencia (comuna completamente habitada por perros de raza y uno que otro humano escondido en las alcantarillas). Raúl sabía que algo había que hacer al respecto, solo que no tenía los medios para hacerlo. Tomó un libro de psicología humana que Spike tenía en la estantería y comenzó a hojearlo. Un fuerte ruido perturbó su lectura. Los dos ventanales grandes que daban al balcón fueron bruscamente quebrados por tres chanchos vestidos completamente de negro. Raúl no lo pensó dos veces, tomó la cámara de video y corrió hacia la cocina.
“La culpa es de los veganos” pensaba Raúl mientras corría a esconderse tras el mostrador de la cocina americana del departamento. “…de los veganos y de los malditos ecologistas” se decía a si mismo mientras colocaba la cámara de video escondida en el cajón donde guardaban los paños de cocina.
Los tres chanchos pertenecen a la unidad de control de humanos del régimen animal. Llegaron al departamento por una llamada de un vecino que creyó sentir olor a gente en el departamento de al lado.
Raúl prendió la cámara y comenzó a grabar dejándola apoyada en el cajón. Era solo cuestión de tiempo para que los porcinos del control de humanos descubrieran donde estaba. Se asomó por el mostrador y solo vio a dos de los tres chanchos revisando el departamento. Un fuerte golpe en la cabeza advirtió a Raúl de que el tercer chancho estaba detrás de él. Raúl se desploma en el suelo, mientras los tres chanchos le propinan golpe tras golpe. Uno de ellos le ata las manos a un pilar, para poder golpearlo sin problema alguno. Luego de una brutal paliza de aproximadamente diez minutos, Raúl cayó inconciente. La paliza continúo por cinco minutos más, hasta que Raúl Fernández dejó de respirar.

Spike gozaba de un buen puesto en el gobierno animal. Creía en la justicia y en la igualdad, términos que aprendió con la revolución animal. Aunque lo ocultara, Spike hablaba español desde que era un cachorro, pero jamás escucho a su amo mencionar ninguna de esas dos palabras. Spike no estaba de acuerdo en el aislamiento de los humanos, mucho menos en los asesinatos. Íntimamente se sentía más humano que animal, cosa que disimulaba mientras realizaba sus discursos.
Spike llegó a su departamento esa noche y notó las manchas de sangre en el piso de la cocina. También leyó la nota puesta en el refrigerador: “Don Spike. Nos hemos visto en la obligación de intervenir su departamento debido a un caso de humanos dentro de su propiedad. El gobierno lamenta mucho los daños a sus posesiones, pero tenga por certeza que todo será compensado. Unidad de control de humanos. Gobierno Animal.” Así como también notó sus ventanales completamente destruidos. Pero nada de eso perturbó tanto a Spike como lo que encontraría después. En el cajón de la cocina, estaba la cámara, con el espantoso video de la muerte de Raúl.

En el palacio de la moneda se escuchaba una voz poderosa, una voz que gritaba al público “…¿En que nos hemos convertido?...”, era la voz de Spike, que criticaba los métodos del gobierno. “…El poder nos ha vuelto iguales a aquellos a quienes denominamos inferiores…” continuaba gritando Spike mientras agitaba su puño en el aire. “Los humanos nos han enseñado, y con eso nos han corrompido. Y me apena decirles que jamás podremos volver atrás”. El pueblo animal, la gran masa animal desaprobó el discurso. “El animal jamás sería igual al hombre, ni siquiera se le asemejaría” pensababan las manadas, bandadas y los cardúmenes. Las masas son estúpidas e influenciables, pero aún así Spike fue apiedrado en la plaza de la constitución y el video de la muerte de Raúl fue confiscado y luego quemado por miembros del gobierno animal para no ser vuelto a ver nunca más.