sábado, 3 de julio de 2010

Desvío

“You make my life and times a book of bluesy Saturdays. And I have to choose”
King Crimson.

Dejando escapar una bocanada de humo miré el anaranjado y desolador paisaje que se prolongaba desde mis pies hasta el infinito. Para ser sincera no me gusta el desierto, más bien me carga. Esa mística arrolladora que le pone los pelos de punta, a mí no me provoca más que depresión. Los acogedores pueblitos habitados por los cálidos oriundos, que lo transportan a qué-sé-yo que vidas pasadas y le abren sus chakras dejando entrar toda la energía positiva, me dan más bien la idea de deprimentes pueblos fantasmas de los cuales el gobierno se olvidó y aceptaron convertirse en tierra de nadie.

-Señorita, mi cabo quiere hablar con usted.

La voz salió de los labios de un hombre bastante bajo que viste el uniforme de carabineros de Chile, a pesar de tener una pinta de peruano que no se la saca ni el papa. Tiré el cigarro lejos y me puse a caminar hacia adentro. Yo no sé de donde se le metió ésta idea del “viaje espiritual” en su cabeza. Tal vez se dio cuenta de lo insoportable que ha estado éste último tiempo, sobre todo conmigo. Bueno, aunque ese fuera el motivo, éste viaje no nos está ayudando para nada.
¿Señora…? Señorita. ¿Señorita cuanto? No sé si esto es un retén, una comisaría o qué. Sólo sé que quien-quiera-que-fuese el arquitecto tenía en mente una perrera antes que un programa digno diseñado para seres humanos.
Se apellida Domínguez. Es cabo primero. La situación es un poco delicada, pero si quiere que le sea sincero, nosotros no queremos encerrarlo, ni mucho menos a usted. Me parece que usted es una persona razonable y que podemos resolver esto de alguna otra forma. Corrupto. Corrupto. Corrupto. No se lo dije, por su puesto, pero tampoco estoy dispuesta a pagarle un soborno a este hombrecito. Tengo náuseas y miro por la ventana. Debe ser la mezcla del paisaje deprimente, el ambiente a perrera y el hecho de que en muchos kilómetros a la redonda me encuentro sola con dos carabineros corruptos y el terco de mi pololo. Orgulloso. Orgulloso. Orgulloso. Si salimos de ésta te voy a matar.

- Vámonos al norte. Nos haría bien salir de éste ambiente asqueroso. Tú, yo, el auto y la pacha mama.

Le digo al señor Domínguez que necesito un poco de aire porque no me siento bien. El otro hombrecito de verde me escolta a la banca que está afuera. Por la ventana alcanzo a distinguir a la Sonia y al Raúl. Están encerrados en jaulas diferentes. Las náuseas aumentan. Más que asco, siento ganas de vomitar mi corazón. Preferiría mil veces más ir a la playa, pero te acompaño con una condición… llevemos a la Sonia y al Raúl. Mi mente se llena de recuerdos. Pequeñas peleas por celos. Medianas peleas por tú mamá. Grandes peleas por cosas insignificantes, como por ejemplo, mis hurones.

Tengo a la Sonia y al Raúl desde que nacieron. Los vi crecer y enamorarse. Mis pequeños hurones. Raúl ha preñado ya dos veces a la Sonia. ¿Se siente mejor señorita? Pobres criaturas. No saben la pena que me dan. Si más que hurones parecen perros y gatos. Siempre peleándose y mordiéndose. Yo sé que es cariño, que se aman y se necesitan. Es cosa de verlos encerrados en esas jaulas separadas, echándose miradas de quinceañeros por entre los barrotes de sus claustros. Se nota que se anhelan, y que les duele estar separados.

- ¡Yo vivo el momento! ¡No estoy ni ahí con que me sigas ahogando! Si pareciera que hasta a esos bichos los dejas hacer más cosas que a mí.

Orgulloso. ¿Por qué no me hiciste caso cuando te dije que pidieras indicaciones a tus queridísimos oriundos? Si me conozco el camino como la palma de mí mano, y ¡te juro! No estamos perdidos. Ahora estás encerrado en una perrera en algún lugar al medio del desierto cerca de Aguas Calientes. Me prometiste que jamás me abandonarías, pero es otra más de nuestras mentiras. Orgulloso. Yo sí estoy dispuesta a viajar por ti, aunque no me guste. Yo sí estoy dispuesta a abrir mis chakras por ti, aunque no sepa como. Yo sí te amo, aunque no lo demuestre. Y aún cuando pocos metros me separen de tu celda yo sé que desde que te conozco, jamás me sentí tan sola.

- Buenos días, ¿Me permite ver sus documentos por favor?

Tu plan de recorrer el desierto partiendo de Aguas Calientes para terminar en el Valle del Elqui fracasó. ¿Podrían decender del vehiculo? Vuelvo al despacho del cabo primero escoltada nuevamente por su secuaz. ¿Y sus pasaportes? Conteniendo el asco me acerco al detestable uniformado ¡Abra las piernas por favor! El no-sé-quien-se-cree-que-es de Domínguez me toca el culo cuando trato de sobornarlo. Traspaso ilegal de la frontera sin pasaportes y con dos animales sin el respectivo permiso. Me dice que elegí bien, ya que nos podrían haber encerrado por harto tiempo, aunque sólo trato de aguantarme las ganas de escupirle la cara. Lo lamento, pero tendré que llevarlos detenidos. Agradezcan que los encontremos nosotros y no los de la frontera peruana. Y ahora, por sobre el descomunal asco que me invadía se superpone la emoción incontrolable del reencuentro. Estás libre.

Libre. Libre. Libre.

Nos subimos al auto sin mirarnos. No nos dirigimos la palabra. De nuestras espaldas se desprendió el peso de la selva de mentiras que alguna vez nos dijimos, y ahora, nuestras ruedas no tocan el camino. Miré a la Sonia y al Raúl. Supe inmediatamente que ésa jaula había hecho que la Sonia se diera cuenta de cuanto lo necesitaba, y que si él no estuviera con ella, extrañaría todo sobre él. Cada segundo, cada pelea, cada instante. Te miró. Me miras. Sonríes. Sonrío. Tal vez si valió la pena el viaje.

No hay comentarios: